El fundador bilbaíno de Code Studio no aspira a ser un decorador romántico. Lo que quiere es diseñar el próximo espacio en el que podrás hacer historia. Y mucho más
¿Por dónde empiezo? ¿Te hablo de por qué estoy aquí? Vale, a ver, déjame pensarlo. ¡Mi padre podría explicarlo muy bien! Que él haya sido delineante y que le haya gustado tanto la arquitectura, ha hecho que al final yo me dedique a las obras y al interiorismo. Sí, en parte es un poco el culpable. Yo he visto piedras, como dice él, toda mi vida, desde pequeño, y he montado templos egipcios con las fichas de dominó. Bueno, al menos eso es lo que le contaba a los demás, porque ya me dirás qué clase de templos puedes montar tú con ochos años, ¿verdad? Pero no nos desviemos del tema. Me matriculé en diseño de interiores en el IADE de Bilbao. Y al estudio de Luis Castejón llegué en el último año de carrera. No sé, le eché morro al asunto y me presenté en su puerta, así, sin más, diciéndole que me gustaría hacer prácticas con él, que no tenía mucha idea de todo aquello, pero que me apetecía aprender especialmente de obras. Le debí vender la moto bastante bien, supongo, porque a los tres años ya me había hecho socio de su estudio.
Te contaré también, ya que estamos, lo que hice cuando Luis se jubiló: si yo veía que en Bilbao las cosas no se movían, aprovechaba la excusa de “por qué no voy a despejarme un fin de semana a Madrid”. Y una cena con amigos me llevaba a conocer a gente que había visto mi trabajo, vete tú a saber dónde, y esa gente me presentaba a otra que quería hacer algo en su casa o en el local de su negocio. “Por qué no les llamas y a ver qué pasa”, me decían. Y de esas casualidades de la vida monté Code Studio en 2016. Espera un segundo, que quiero explicártelo desde el principio.
¿Te preparo un café mientras tanto? ¿Te parece? Pues bien, creo que lo importante en cualquier proyecto de interiorismo es saber ejecutarlo. En realidad, como todo, ¿no? Pero hay que hacerlo hasta el final. Quiero decir, lo bueno de que seamos un equipo pequeño es que me permite estar ahí cuando me llames por primera vez y empecemos a concretar ideas sobre el plano, cuando haya que coordinar la demolición de tu espacio y los levantamientos de toda la obra, y también la definición de los detalles finales.
¿Pero sabes qué? De lo que uno se da cuenta después de catorce años en el terreno es que no hay obra ni reforma sin imprevistos. Y no hay nada malo en aceptar esta ley de Murphy. ¡Al revés! Tenerla en cuenta sirve para reaccionar a tiempo y saber darle el giro preciso, un cambio ágil, y que no suponga un parón que acabe repercutiendo a ninguno de los dos. ¿Cómo lo ves tú?
Por cierto, también he montado un restaurante en Bilbao. ¿Pensabas que no podía ser un hombre multitasking? Bueno, en realidad, lo que soy, es más bien un culo inquieto. Y vengo así de fábrica. Pero fíjate en una cosa: que me haya picado el gusanillo de la restauración me ayuda a ver el espacio de los restaurantes que desarrollo, claro, de una manera mucho más práctica. Te pongo un ejemplo. Entiendo cómo hay que estructurar un local para trabajar de manera óptima y que sea lo más cómodo y eficiente para sus trabajadores. O cómo hay que sectorizar las partes de ese mismo espacio, o diferenciar el comedor de la cafetería. Y al final, cuando analizo mi propio trabajo, la conclusión a la que llego es que no te estoy haciendo una obra y nada más. Por suerte. Lo que yo quiero es que tu negocio, o tu casa, cambie y mejore. Y que en el momento en que yo ya no pinte nada, tú estés preparado para añadir un valor personal a ese lugar que ahora, por fin, habla de ti.