El paisajista madrileño Álvaro Sampedro comparte con el equipo de Code Studio su último plan: diseñar una nueva forma de entender los jardines en nuestro país
Hablemos un poco de la situación del paisajismo en España. ¿Ha evolucionado menos que el interiorismo?
Pues yo creo que sí, y es raro, porque con el tiempo tan bueno que tenemos, lo lógico sería lo contrario. Pero es verdad que en España no hay una tradición jardinera importante, aunque poco a poco se está queriendo volver a la naturaleza, ¿no? Volver a lo que es de verdad, por así decirlo. Yo creo que es un poco la evolución misma de la sociedad, que ha ido más hacia hacer las cosas mejor. Tradicionalmente, en España, si tenías en mente hacerte un jardín, pues llamabas al jardinero de turno, él te plantaba algo que se viera bien por aquí y por allá, y la gente no se planteaba muchas más cosas. Y creo que ahora, sí que es cierto, está habiendo un interés mayor. Obviamente no nos igualamos con países centroeuropeos, ni con Inglaterra o Francia, porque todos ellos tienen un jardín propio, que se nutre de otros, pero que al final tiene una identidad única. En España, en realidad, yo creo que desde la época de la Alhambra no se ha evolucionado hacia un jardín español, y es curioso, porque, por ejemplo, en Inglaterra se valora muchísimo toda la planta mediterránea. Allí tener un olivo o geranios en el jardín les parece como un exotismo. Como un lujo.
También tienen mucho que ver las estadísticas: la sociedad tiende a vivir cada vez más en las ciudades. Y el modelo de ciudad de Barcelona o Madrid no es como el de Londres, que es expansivo y crece de manera horizontal, residencial, permitiendo a sus ciudadanos tener sus propias parcelas al aire libre.
Pues puede ser que los tiros vayan un poco por ahí. También es cierto que el clima nuestro, aunque es muy favorecedor por el sol, es muy seco. Y, al final, las plantas lo acusan. Entonces, para tener un jardín hace falta eso que dicen de la mano verde. En Inglaterra tener mano verde es mucho más fácil, porque el suelo es riquísimo, la humedad ambiental es brutal, y casi no tienes ni que regar. Nosotros tenemos que andar siempre con riego automático, por goteo y tal, y todo eso hace que los jardines sean como un producto de lujo, ¿no? Aunque cada vez los paisajistas estamos planteándonos más la pregunta de “vale, ¿este es el clima que tenemos? Pues vamos a adaptarnos a él”. Es decir, cada vez estoy utilizando más plantas tipo gramíneas, herbáceas, que son autóctonas y muy agradecidas, porque se ve el cambio de las estaciones en ellas. Tienen una primavera fantástica, unos otoños de tonos ocres y anaranjados brutales, y como nuestros inviernos no son tan duros, pues aguantan muy bien. Utilizo mucha planta que podríamos llamar ‘de cuneta’, que te encuentras en los bordes de la carretera, que crecen en el campo de manera espontánea y que se cultivan muy fácil. Y la idea, al final, es intentar crear con este tipo de planta, que se da ya de por sí en nuestros campos, algo muy natural en un jardín y que se vea poco la mano del hombre. Es lo que llamamos ahora ‘jardines naturalistas’, que se autogestionan y se germinan ellos mismos, que no son muy difíciles de mantener, que tienen una necesidad hídrica baja y que te permiten hacer las cosas de manera más sostenible.
En varias entrevistas has dicho que siempre intentas fusionar el interior con el exterior. Eso queda muy bonito escrito, pero, ¿cómo se consigue?
Bueno, la intención a la hora de hacer un jardín ha sido, desde siempre, meter la naturaleza dentro de casa, o abrir la casa al exterior. Es decir, que cada ventanal de esa construcción que se esté haciendo atienda a qué vas a ver desde dentro, ¿no? Y plantearte si tienes que tapar o enmarcar vistas, o si tienes una zona enfrente de tu jardín que es maravillosa, con unas vistas brutales, que te está pidiendo adueñarte de ella y meterla en tu jardín. ¿Y cómo se hace eso? Pues con la observación. O sea, cuando tú llegas a un jardín, lo primero que tienes que hacer es observar a tu alrededor, más que nada para que no se produzca un corte entre lo que hay fuera de ese jardín y lo que hay dentro, y tampoco entre el jardín y la vivienda. Cuando trabajo con interioristas siempre intento ver lo que hacen dentro de la casa para que lo que haya fuera tenga una harmonía, tenga algo que ver, que no sea una diferenciación abismal. Y esa investigación del contexto es algo que los japoneses, en el jardín japonés, lo hacen un montón; para ellos siempre tiene que haber un parte de tierra, otra de fuego, de montaña y de agua, de manera que tu universo se reduce un poco a ese jardín en el que tienes todos los elementos de la naturaleza.
Imagina que alguien, con un piso de cincuenta metros cuadrados, en medio de Madrid, se propusiera poner algo de verde. ¿Qué le plantearías? ¿Qué opción verías factible?
Pues a ver, cuando empecé con esto del paisajismo tenía que resolver muchas situaciones de ese tipo. No sé, pues a lo mejor un patio diminuto en la cocina, por ejemplo. Y la idea, como siempre, es abrir los patios a las casas y hacer un microcosmos dentro de esos patios, por muy pequeños que sean. O en un balcón, en vez de tener la bombona de butano, que es lo que ocurre en muchos casos, no cuesta nada montarte una jardinera y un pequeño huerto. O si es un patio súper pequeño con poca luz, ahora hay luces que suplen muy bien la falta de iluminación natural. Yo no puedo vivir sin ver verde, entonces siempre intento buscar una solución. Y con un sustrato de tierra siempre puedes tener un jardín, porque no hay sitio pequeño en el que no puedas trabajar. Y hay una labor brutal que hacer; hay tantas casas que se están reformando en Madrid, que es necesario empezar a crear espacios verdes en sitios mínimos, porque te hacen la vida mucho más agradable.
Si alguien busca tu nombre en Google, uno de los primeros datos que le aparecerá es que con treinta y pico años dejaste tu trabajo en una multinacional para dedicarte al paisajismo. ¿Nunca es demasiado tarde para cambiar?
Pues yo creo que no (se para a pensarlo). Bueno, ahora lo digo y no me lo acabo de creer. Todo esto era algo que me había empezado a plantear durante la carrera, porque yo estudié derecho. También me había apuntado a algunos cursos en la escuela de paisajismo, en Madrid, pero luego me lo quité un poco de la cabeza por la inercia esa de “oye, tengo que hacer algo que me dé un poco más de certeza”. Pero siempre tuve una intención de hacer algo creativo, y siempre me habían gustado los jardines. Mi abuelo tenía uno en la Sierra de Madrid y desde pequeño había estado trasteando por allí, haciendo mis cosas y tal. Y la crisis me ayudó a reinventarme y a dar el paso. Pero en ningún caso me arrepiento de toda la época en la que estuve haciendo otras cosas, porque al final te dan unas tablas muy buenas para gestionar la creación. Es decir, si tienes una parte creativa muy grande, pero no sabes canalizarla o no tienes una visión comercial, que quieras o no hay que tenerla… pues bueno, oye, el mundo está lleno de genios y gente buenísima, pero que no arranca, no destaca, porque una formación creativa, por sí sola, tiene muchas carencias. Esto que estoy diciendo es bastante prosaico, poco poético, pero bastante funcional; a mí me ha ayudado a aguantar muchas cosas y a tirar palante. Y a llevar una empresa y saber gestionar los problemas.