La autora del proyecto ‘Kitchenless’, Anna Puigjaner, confirma que sí. Desde Code Studio analizamos ahora por qué su propuesta puede ser válida, a largo plazo
Rem Koolhaas con AMO o Andrés Jaque con Office for Political Innovation. Por mencionar los ejemplos más evidentes de una tendencia que ya se ha consolidado: los estudios de arquitectura están abriendo, por fin, sus propias líneas de investigación. “Porque es esencial para tener un impacto en la práctica”, explicaba Anna Puigjaner en una entrevista que concedió a Plataforma Arquitectura en junio de 2018. La catalana, del estudio Maio Architects, se empezó a plantear en 2011 qué pasaría si nuestras casas no tuvieran cocina. O, al menos, no una como la que tenemos en mente. De esta pregunta nació el proyecto Kitchenless y, con la evolución del discurso inicial, ganó la beca del Wheelwright Prize (que ofrece la universidad de Harvard) para abrir el foco y profundizar en el tema: ¿ha habido algún caso factible en la historia que demuestre la eficacia de esta proposición?
A la izquierda, el proyecto 110 Rooms de Maio Architects. A la derecha, Anna Puigjaner disimula ante la cámara de Alba Yruela, en Metropolis Magazine.
“En Estados Unidos, sí”. Concretamente, entre finales del siglo XIX y principios del XX, cuando más de 200.000 personas emigraron a Nueva York, el metro cuadrado se disparó y la clase media entró en debate: ninguna familia aceptaba compartir techo en las insalubres tenements (una versión similar a la corrala española), pero tampoco podía permitirse una vivienda familiar diseñada entre medianeras. Lo que provocó que una nueva tipología, las apartment houses, empezara a implantarse de manera gradual. “Eran edificios que incorporaban servicios domésticos colectivos”, comenta Puigjaner en su investigación. “El primero nació en 1871 como un bloque de apartamentos. Y aunque cada casa tenía su cocina, en el sótano del bloque había una general que, a través del montacargas, daba servicio a toda la comunidad de vecinos”.
En Code Studio no lo vamos a negar: lo que hoy parece una opción con bastantes cuestionamientos, en los interiorismos de entonces fue una verdadera ruptura. “Y tenía su por qué: redujo considerablemente los costes de la vivienda y, a la vez, liberó del trabajo doméstico a las mujeres”. Que a principios del siglo XX empezaron a incorporarse en el mundo laboral (de ahí, los uniformes de Chanel sin corsé), y en la Primera Guerra Mundial, con la movilización militar, cubrieron las vacantes libres de sus maridos. La ecuación estaba clara: menos horas dentro de casa, mayor ausencia en el servicio doméstico. ¿Y quién lo cubriría? “Se introdujo la Kitchenette, una mini cocina, a veces del tamaño de un armario, simple y compacta, para preparar la comida de forma puntual”, resume la arquitecta. “Pero acabó utilizándose, una vez más, con un objetivo político: que la mujer, de manera más rápida, pudiera completar las tareas de la casa”.
La Kitchenette de la izquierda la fotografió Charles Le Grice en la década de los años 20 (Hulton Archive, Getty Images). A la derecha, la casa rural del siglo XIX que Maio Architects reformó en Mallorca, entre 2008 y 2015.
Puede que ahora alguien piense qué sentido tendrá remover la historia del siglo XX para reformular las viviendas del XXI. O que es de locos, también, ponerse a construir viviendas sin cocinas. En ambos casos, la reacción es la que Anna Puigjaner buscaba. “Porque este proyecto lo utilizo como una provocación. En ningún caso estoy proponiendo vivir sin cocina, sino añadir una pregunta al debate para hacer visible la afectación que hay de este espacio de nuestra casa”. Se explica: “Tenemos unos valores asociados que no tenemos con ninguna otra estancia. Y eso es porque la cocina se ha utilizado como una herramienta política durante todo el siglo XX”. Que, de hecho, seguimos arrastrando hasta día de hoy: “El trabajo doméstico es justamente eso: un trabajo. Y como tal tendría que estar remunerado”.
La cofundadora de Maio Architects propone otra pregunta: ¿Qué pasaría si, además de nuestra cocina, tuviéramos otra comunitaria que nos permitiera dejar de cocinar de vez en cuando? “Es decir, que cuando cocines lo hagas por placer. Y que cuando no puedas, porque llegas tarde del trabajo, tienes que recoger a tu hijo o tu madre está enferma, o lo que sea, la vivienda te ayude en todas estas situaciones”. Con Kitchenless, Puigjaner también recoge ejemplos de varias cocinas comunitarias, repartidas por diferentes culturas contemporáneas, para demostrar que la suya no es una idea tan descabellada. Y que tampoco se adjunta al comunismo ni a ninguna realidad concreta, económica o social. “De hecho, más de un 70% de la población actual no encaja en esa estructura de familia nuclear”.
En la misma línea, el arquitecto madrileño Andrés Jaque, con su performance IKEA Disobedients del 2011 (la primera que el departamento de arquitectura y diseño del MoMA compró para su exposición permanente), sugería que el gigante sueco, o la imagen que prolonga en nuestro país, no se ajusta a la diversidad social: “IKEA diseña sociedades. El 98% de la gente que aparece en el catálogo español de IKEA son jóvenes. El 92%, rubios. Todos viven en familia. Todos producen niños. IKEA trabaja para hacer que los espacios familiares sean el centro de la interacción social y que luzcan soleados, felices y despolitizados. Habitados por gente sana y satisfecha. Pero en el día a día lo doméstico se construye de muchas otras maneras”.
Así fue la performance IKEA Disobedients en el año 2011.