Dos arquitectos jóvenes: Pau Garrofé y Sergi Sauras. Un proyecto que añade a la lista nuevas posibilidades de iluminación: “Elogio de la sombra”. Y un equipo, el de Code Studio, que a continuación disecciona el valor del diseño emergente
Chicos, vamos por partes. ¿Cómo nace “Elogio de la sombra”?
Hay una buena historia detrás. O al menos para nosotros dos. Este proyecto salió a raíz del festival de la luz de Barcelona, el Llum BCN. Lo hacen cada año, durante las fiestas de Santa Eulàlia, que es la patrona de Barcelona, y más que nada consiste en instalaciones por todo el centro de la ciudad, con 10 espacios, además, que se destinan a 10 escuelas locales de arquitectura, arte o diseño. Y nuestra universidad decidió hacer un concurso de ideas. Ahí fue cuando presentamos “Elogio de la sombra”, que fue el proyecto que ganó. ¿Y cómo nace la idea? Pues nosotros visitamos el espacio, que era el Museu Frederic Marès, y vimos que era un sitio precioso en sí mismo: tenía arcos de piedra, con la catedral de Barcelona justo detrás, y un patio central, cuadrado, con una fuente y seis naranjos. Y pensamos “¡Ostrás!, esto ya es bonito de por sí, ya es un espacio espectacular. ¿Para qué vamos a colocar un objeto más a contemplar, algo que compita con el resto? No tiene sentido. Vamos a intentar usar nuestro punto de vista como arquitectos, no para crear un objeto, sino para plantear el mismo espacio de forma distinta”. Lo cual, ya de por sí, era una idea prometedora, a la que le añadimos otro enfoque. Es decir, si tienes personas y tienes luz, lo que siempre te sale es un tercer elemento, aunque no lo quieras, que son las sombras. Entonces, con esas dos ideas tan simples, con el crear un espacio y jugar con las siluetas, empezamos a hacer tests y a desarrollar el proyecto, y el resultado son todas esas cortinas de seis metros de alto que generan diferentes grados de sombra.
«Elogio de la sombra» recrea la apariencia de una habitación japonesa. «Los diferentes grados de opacidad de las sombras se convierten en el estímulo para una experiencia inmersiva», comentan sus dos autores. Fotografías: Victoria Huguet.
Todo lo que planteasteis en el museo también es una reflexión sobre cómo interactuar con el espacio, ¿verdad?
Sí, totalmente. De hecho, justo antes de empezar con el proyecto, en la fase, digamos, del concurso de la universidad, hicimos un viaje a Venecia y fuimos a la Bienal con algunos amigos más, ya pensando en “bueno, en pocos días va a empezar la fase del concurso de Llum BCN. Tenemos que ver qué es lo que nos gusta, coger referencias, a ver con qué nos encontramos”. Y, realmente, en la Bienal nos dimos cuenta de que había, o podíamos distinguir, dos tipos de obra. Una que era totalmente contemplativa y la otra, participativa. Y desde el primer momento, los dos, teníamos claro que, hiciéramos lo que hiciéramos, queríamos algo que fuera una experiencia. Queríamos que hubiera un juego, una relación, una interactividad como vosotros decís.
Detalles de la maqueta de «Elogio de la sombra». ¿El cliente del proyecto? El ICUB del Ajuntament de Barcelona.
Es curioso, porque con “Elogio de la sombra” también participasteis en la Bienal de Arquitectura de Venecia. La de este 2018.
Sí. En la Bienal de Arquitectura los comisarios eligen un tema global, y los pabellones, por países, lo exploran de forma individual. El tema, este año, iba sobre arquitectura cambiante. Y España lo interpretó con esa idea del becoming, del constante devenir, de proyectos que siempre están evolucionando o que no están pensados para una finalidad concreta. Pongamos, por ejemplo, un espacio que hoy es una sala de conciertos, pero mañana es un local donde se hace yoga y pasado mañana duerme allí un grupo de refugiados. Es decir, espacios que están en constante actualización. O, al menos, así lo interpretamos nosotros, y vimos que esa idea encajaba con lo que habíamos hecho, y preparamos un vídeo de candidatura. Lo acompañamos de un texto bastante poético, muy bonito, que decía algo así como “donde unos besan, otros admiran, los niños juegan y los abuelos observan su espacio favorito en el corazón de Barcelona, sutilmente cambiado a través de un constante devenir de sombras”. Porque es eso al fin y al cabo: en la ciudad te cruzas cada día con miles de caras, y no son más que siluetas, ¿verdad? Porque cuando vas andando por la calle no te fijas en todas y cada una de las personas que ves. Entonces, bueno, lo presentamos y Atxu Amann, que fue la encargada de comisariar el pabellón español de este año, pues nos seleccionó. Y tuvimos suerte, porque mientras que otros pabellones, o el nuestro en otros años, comisarian 15 proyectos muy al detalle, en 2018 España tatuó todas las paredes de su pabellón con centenares de proyectos. Y sí, sí, tenemos ahí tres fotos del “Elogio de la sombra”. Aún seguimos recibiendo whatsapps de amigos que nos dicen “hey, ¡que acabo de ver vuestro proyecto en la Bienal!” (se ríen).
A la derecha, un turista chino en la Bienal de Venecia retrata a Pau Garrofé y Sergi Sauras. La fotografía la hizo con una condición: que luego, a cambio, los dos se pasaran el día entero fotografiándolo en las góndolas de los canales. Les salió caro el favor, vaya.
Verlo allí colgado debe ser toda una experiencia.
Sí, totalmente, porque la Bienal fue como nuestro principio, por decirlo de alguna forma, y poder ver nuestro proyecto expuesto en el sitio donde, dos años antes, estábamos inspirándonos para crearlo, pues es como cerrar un círculo, una etapa. Pero el “Elogio de la sombra” ha sido también como una sorpresa, ¿no? Sobre todo al ver cómo la gente ha reaccionado al diseño. Era nuestra primera obra, no sabíamos exactamente cómo quedaría, o cómo funcionaría, y teníamos, no miedo, pero sí un cierto respeto al dejar de hacer algo totalmente inventado para la universidad y ponernos con algo que sí que era real. Pero la cosa salió muy bien: también tuvimos la suerte de ganar los premios Lamp Lighting Solutions (en la edición del 2017) en la categoría de Students Proposals, así que no nos podemos quejar.
Vista cenital del «Elogio de la sombra». Fotografía: Victoria Huguet.
Hablemos de ahora mismo. Pau, ¿tú en qué andas trabajando? Porque nos comentaste que estás en dos estudios: uno por la mañana y el otro, de tarde.
Exacto. Lo que me interesaba hacer, sobre todo ahora al principio, son colaboraciones con distintos despachos. Para aprender un poco de todo, porque es ahí donde te encuentras con la realidad, ¿no? Y ahí ando, colaborando con un estudio más de arquitectura, digamos, y luego con un despacho que trabaja más a nivel técnico, de ingeniería. Y estoy contento, sí. Soy consciente de que los principios no son para nada fáciles y que a veces toca hacer cosas que no te esperas o que no deseas. Pero siento que estoy aprendiendo, como que estoy terminando de formarme. Bueno, creo que un arquitecto quizá nunca termina de formarse, pero viene bien todo esto justo después de la carrera, cuando sales de la universidad y te crees que sabes construir el mundo, ¿no? Porque luego te das cuenta de que hay muchísimas más cosas.
Y tú, Sergi, estuviste trabajando en Bjarke Ingels Group (que ha diseñado, entre otros proyectos, el segundo World Trade Center de Nueva York). ¿Cómo salió aquella experiencia?
Mirad, yo empiezo a estudiar arquitectura en Barcelona y, al cabo de tres años, me replanteo qué tipo de carrera profesional me gustaría seguir. Mis intereses se enfocaban hacia proyectos más creativos que técnicos, y quería explorar ese camino. La cuestión es que, al mismo tiempo, estaba jugando al fútbol, entonces intenté buscar la manera de irme a Estados Unidos con una beca. Y allí, en la Savannah College of Art and Design, es donde estudié arquitectura desde las Bellas Artes. Y cuando me gradué, me salió la oportunidad de trabajar en el despacho de Bjarke Ingels Group (BIG) en Dinamarca. Luego estuve con Aires Mateus en Portugal. La verdad es que fueron experiencias muy interesantes. ¡Y llenas de anécdotas!
¿Por ejemplo?
Pues curiosamente… el estilo de cada estudio no tiene nada que ver. Pero por eso quise exponerme a sus diferentes formas de trabajar. En Bjarke, por ejemplo, aprendí cómo funciona una máquina de ese tamaño por dentro, porque en BIG desarrollan proyectos experimentales, muy fuera de lo convencional, con ideas bastante rompedoras. Mientras que en Aires Mateus la arquitectura se trabaja de forma purista, reflexionando sobre los materiales y la iluminación. Y en cuanto a anécdotas… uno de mis recuerdos favoritos fue el mes que pasé en la oficina de Bjarke, en Nueva York, trabajando en el proyecto del Nou Camp Nou (el estadio del Barça). Y esa oportunidad salió un día charlando con Bjarke y Agustín, el arquitecto que lidera el proyecto, en la oficina de Copenhague. Lo cierto es que en estos lugares, que están llenos de actividad, uno tiene la sensación constante de que todo es posible. Y eso da mucha confianza. Te hace creer que tú también puedes llegar a desarrollar tus ideas a lo grande (ahora, de hecho, lo está haciendo con Studio Sauras, su propia oficina de arquitectura).
Pau Garrofé y Sergi Sauras, y algunos amigos más, también prueban la experiencia interactiva del «Elogio de la sombra». Fotografía: Victoria Huguet.
Para terminar, chicos, ¿a qué creéis que debería enfocarse la arquitectura? ¿Qué necesidades sociales debería estar cubriendo? Desde vuestro punto de vista, claro.
Sí. Lo que vemos es que la sociedad ha ido cambiando mucho en los últimos años, y muchas profesiones se están actualizando. Y la arquitectura parece que, desde la educación o la profesión en sí, por esa naturaleza de que los proyectos son largos y a veces van despacio, parece que no evoluciona demasiado, ¿no? Pero los jóvenes arquitectos, ahora, tenemos la oportunidad de hacer las cosas de manera diferente. Más que nada para seguir siendo relevantes, porque si no caeremos en el hecho de proporcionar edificios o suplir temas técnicos, cuando en realidad nuestro potencial es mucho mayor. Y siempre lo ha sido. Como el arquitecto que interpretaba la fe de toda una cultura a través de una catedral. O el arquitecto que diseña un espacio público que cambia la manera de vivir en la ciudad. Entonces, en pocas palabras, creemos que tenemos el potencial para seguir dándole forma al mundo del mañana, pero eso solo lo conseguiremos saliendo de lo convencional, arquitectónicamente hablando. Y hay que empezar a hacer overlaps con otros campos. Como puede ser el arte, la sociología o el periodismo. O sea, nos gusta plantearnos qué pasaría si la arquitectura se mezcla con el periodismo: ¿saldría un edificio enfocado desde cómo se comunica él mismo? Esos overlaps, esas interrelaciones y superposiciones, van mucho en concordancia con lo que la sociedad, ahora mismo, precisa responder.