La Posada de Babel siempre ha aspirado a recrear el paraíso. Primero lo consiguió en los 90 como hotel pionero en arquitectura contemporánea. Y ahora lo ha vuelto a lograr presentando una instalación del artista Gabriel Ruiz-Larrea. El equipo de Code Studio analiza su historia
Lucas, ¿por qué empezaste con este proyecto?
Bueno, La Posada de Babel, en realidad, la montamos en Llanes (Asturias) en el 91. Nosotros veníamos de un año sabático por Indonesia: yo me dedicaba al turismo, mi compañera y socia trabajaba en Televisión Española, y decidimos cambiar de vida. En esos años apenas había turismo rural en nuestro país, o el que había era muy tradicional, muy clásico en el concepto de hostelería. Y desde un principio teníamos claro que si queríamos montar un hotel, a lo que nos íbamos a enfocar era a la arquitectura contemporánea. Y tuvimos la suerte de juntarnos con un estudio potente, que era el de César Ruiz-Larrea & Asociados (que ha diseñado el Centro Cultural Librería Blanquerna de Madrid, entre otros edificios), y en el año 92 pusimos en marcha el proyecto. Hasta día de hoy.
Entonces, lo vuestro fue rellenar un nicho que había en España.
A nosotros el arte siempre nos ha atraído, y entendimos que era el principal vehículo para plasmar lo que nos parecía interesante. Pero es verdad que acudimos a la arquitectura contemporánea porque, como he dicho, de entrada no había nada parecido por aquí. Es decir, sabíamos que en otros países, sobre todo en el norte de Europa, ya se estaban haciendo cosillas en esa misma línea, y nos pareció que era un buen nicho a cubrir. Y aunque en un principio la idea era un tanto arriesgada, el tiempo nos ha dado la razón.
¿Y qué hay de la obra? ¿Cómo se desarrolló?
La verdad es que la cosa fue avanzando por partes. El primer edificio que hicimos, básicamente, era muy simple, muy sencillo. Queríamos darle muchísimo más protagonismo al paisaje que a la construcción, así que planteamos grandes espacios acristalados para que la luz y el entorno entrasen desde cualquier ángulo del hotel. Digamos que ese primer pabellón es… muy discreto, sí. No queríamos impactar demasiado en el entorno. Y luego, cinco años más tarde, en el 97, ya decidimos dar un salto y romper. Ahí fue cuando hicimos un cubo forrado de madera maciza de teca, de siete metros de alto por siete de ancho, y siete de profundidad, y aquello fue lo verdaderamente contemporáneo, ¿no? Y sigue siendo algo llamativo todavía, porque de lo que habla es del concepto de escultura habitable.
¿En qué momento aparece Gabriel?
Él siempre ha estado muy conectado con la Posada de alguna manera u otra. Era un bebé cuando le conocimos, cuando venía a pasar temporadas aquí con sus padres, porque Gabriel es hijo del arquitecto César Ruiz-Larrea, y siempre ha habido muy buena química. Y ya en su etapa de la universidad hablábamos de hacer cosas juntos, algún proyecto, y ahora que ha vuelto de Nueva York, de terminar su doctorado en la Columbia University, pues hemos aprovechado la ocasión. Para nosotros esto viene a ser el punto de partida, podríamos decir, de una nueva época de La Posada de Babel.
El artista-arquitecto Gabriel Ruiz-Larrea y su instalación There is no outside. OneEyed, Nueva York, 2017.
¿Por qué?
Bueno, porque además de dedicarnos a la hostelería, siempre hemos estado interesados en hacer otras cosas. Somos un culo inquieto (se ríe). Desde encuentros de urbanismo o seminarios, hasta exposiciones anuales de pintura, escultura o fotografía. Siempre todo muy relacionado con el diseño, claro. Pero después de 27 años nos hemos dado cuenta de que con todo este bagaje que ya tenemos, y la experiencia, pues quizás es el momento de plantear la posibilidad de ser un medio, un vehículo para acercarse a artistas de todas las edades, que tengan proyectos en el cajón y que por falta de medios, o de tiempo, o de contactos, no los puedan llevar a cabo. Entonces, con este primer proyecto de Gabriel, con su intervención, lo que vamos a presentar el sábado 15 de septiembre, en su estudio de Usera (Madrid), es la idea de que nosotros nos comprometemos a estudiar proyectos, a analizar su viabilidad e intentar conseguir los fondos.
¿Y qué puedes decir de tu instalación, Gabriel?
Antes de nada, aquí hay una cuestión cíclica, ¿no? Es decir, estoy diseñando una intervención en un lugar donde mi padre hizo ya una en el año 91, al principio de la Posada, que además era uno de sus primeros proyectos, así que hay como un paso de una generación a otra que hace que esto se convierta en una especie de relación bastante emocional. Y hablando con Lucas, muchas de las veces que hemos estado por allí, pues siempre había salido el tema de que algún día yo haría algo en su hotel. Y es algo que ha ido reposando con el tiempo, sin prisas. Y ahora que he vuelto de Nueva York y estoy como más ubicado dentro de la práctica que me apetece desarrollar, y ya con las ideas más claras de por dónde me apetece tirar, pues creo que es el momento. Y fue así. Nos reunimos un día en la Posada, nos dimos un paseo por el prado, le comenté la pieza que me imaginaba y empezamos una conversación. Y lo bonito de trabajar con Lucas es que al final es una relación en la que los dos vamos aportando y creando juntos lo que nos imaginamos.
Fotografía promocional de la instalación Bayna. Llanes-Madrid, 2018.
Desde tu punto de vista, como autor de la obra, ¿cómo resumirías la instalación?
Yo ahora mismo estoy trabajando en la forma con la que miramos el paisaje. Quiero decir, lo que me interesa es la relación entre lo artificial y lo natural, y cómo el paisaje no deja de ser una construcción cultural, por así decirlo. Y cuando estaba allí con Lucas, observando ese jardín tan presente que tiene la Posada, que es casi bucólico, que te recuerda a esas naturalezas románticas del siglo XIX, pues yo lo que le propuse era hacer una pieza, un túnel negro de 10 metros de largo, que cruzase desde ese jardín hasta el bosque, y que conectase las dos zonas, pero que a la vez negase un poco el entorno. Otra de las cosas que a mí me apetecía plantear, también como una pieza arquitectónica o espacial, era que el túnel, además de ser un elemento de conexión, se convirtiera en un nuevo espacio cuando lo caminas.
¿Qué opinas tú, Lucas?
Yo añadiría que el túnel podría ser perfectamente una crisálida. De hecho, el título de la obra, BAYNA, viene de la palabra ‘vaina’, que es la fruta vegetal que contiene semillas, que contiene vida en su interior. Y esa escultura de Gabriel, esa intervención, a lo que invita es a que nosotros seamos las semillas. Te invita a que venzas el miedo a la oscuridad, que cruces ese primer umbral de incertidumbre, y que a través de esa inseguridad, de ese temor, lo que consigas es darte tiempo, porque, normalmente, cuando nos acercamos a una obra de arte, lo hacemos rápido. A todos nos pasa. ¿Por qué? Pues porque nos falta tiempo, porque hemos quedado con alguien después o porque el museo en el que estás es enorme y hay muchísimo que ver. Y con esta pieza, lo que se pretende es vencer la carencia de tiempo, que el público se pare, aunque dentro del túnel no haya nada que ver. Aparentemente.
La presentación de Bayna será el sábado 15 de septiembre, a partir de las 20:00 horas, en Calle Pilarica 81, Usera (Madrid).